domingo, 17 de julio de 2011

Otra parte del libro


Raúl, después de hablar con Beti, tras su almuerzo, no se encontraba cansado, pero sí excitado con el asesinato de su vecino, escuclas noticias pero no oyó nada sobre el caso.
Sabiendo que Beti había enviado la grabación al inspector de policía, se sentía más relajado. No le apetecía acostarse como de costumbre. Quería empezar a leer el primer episodio del manuscrito.
Abrió el sobre que le había entregado Beti. En él se encontraba un CD-ROM que llevó al despacho, y colocó en unos de los cajones. Volvió al salón y se sentó en el sillón, para iniciar la lectura del manuscrito.
Estaba encuadernado con canutillo de plástico, en dos tomos, para facilitar la lectura de las cuatrocientas veinte páginas, mucho para un solo volumen. Eran idénticos, sólo se diferenciaban en la portada, con números romanos I y II.
Para no ser molestado, siempre seguía un ritual; se sentaba en el salón, en el sillón que utilizaba para leer. Con una tenue luz, que podía direccionar a su gusto y enfocar mejor la lectura. Cerraba ventanas y puertas, para aislarse del ruido, y apagaba el móvil.
Cogió el etiquetado como volumen I, pasó la primera página. Estaba escrito en letras grandes "MIVIDA" y debajo entre paréntesis “título provisional.
La presentación estaba bien cuidada. Sigilosamente abrió otra página, y se encontró con el primer episodio.

DE SEPTIEMBRE 1956 A DICIEMBRE 1971
MIS RECUERDOS DE INFANCIA

He nacido en una familia de militares.
Mi padre, JoLuís Roln, nació en Toledo (España), en el año 1926. Su padre, mi abuelo, era militar. En la contienda, luchó en el bando de los republicanos, circunstancia que hizo que su familia tuviera que cruzar el charco en 1938, cuando JoLuis contaba sólo doce años.
Un hermano de mi abuelo vivía en Uruguay, por lo que se fueron a ese país.
JoLuis, se había criado en un régimen muy severo. Siempre rodeado de militares, había nacido para ser militar. Le gustaba la disciplina.
Con dieciocho años y por voluntad propia, ingresó en el ejército para hacer carrera.
A los veintidós años, lo destinaron en la ciudad de Maldonado, era sargento cuando conoció a Robertina.
Después de diez años viviendo en Uruguay, consiguió la doble nacionalidad. Tenía su vida hecha allí. No quería volver a España, aunque el régimen del dictador español era de su agrado, ya que JoLuis era ideológicamente opuesto a su padre.
De él, no guardo ningún grato recuerdo, de mi mente se han borrado todos esos detalles que cuando eres niño y hasta la adolescencia, se recaudan y te marcan el camino para la madurez. No conservo foto alguna, y de su físico nada puedo decir, no alcanzo a poder describirlo, mantengo una visión borrosa de la que sólo me queda la perspectiva de decir que era de estatura alta. Con esto no quiero decir que fuera un mal marido para mi madre, ni un mal padre para mi hermana, pero conmigo fue muy severo, intolerante y fue el causante de que tuviera una infancia y una juventud desdichada.
Mi madre Robertina da Silva, nació en 1929 en Brasil, en Río de Janeiro. De procedencia humilde, creció sin padre, que murió cuando ella contaba con tan sólo tres años y al poco tiempo del nacimiento de su hermana Marcelina.
Tras esa tragedia y sin apenas medios para subsistir, se trasladaron a vivir a una favela de Río de Janeiro, barrio marginal, nido de delincuencia y pobreza, calles empinadas y laberínticas donde los niños jugaban en las calles rodeados de basura.
Era de tez oscura, con los ojos claros, mujer esbelta y alta, con mucho carácter. Sabía bailar muy bien la samba. Cuando contaba con doce años entró en la escuela de samba que había en la favela donde vivía y ayudaba en los preparativos para el desfile de carnaval, así, aprendió a coser, el arte del maquillaje, a peinar y una gran experiencia con los cosméticos.
Cuidaba de su hermana Marcelina tres años menor. Su madre Doña Marcela, trabajaba duro para sacar a sus hijas adelante y conseguir para ellas una buena educación. Limpiaba escaleras en varios portones de la ciudad.
Mi madre conoció a JoLuis Roln en unas vacaciones en Maldonado. El encuentro tuvo lugar en un salón de baile. JoLuis había invitado a algunos amigos a celebrar su graduación a sargento, allí estaba Robertina con unas amigas y su prima. Los chicos sacaron a las chicas a bailar, justo cuando la orquesta empezó a tocar una samba. Mi padre la invitó a bailar, y como buena brasileña no pudo resistirse.
Los dos bailaron casi toda la noche. JoLuis admiraba la energía y la sensualidad de su armonioso cuerpo siguiendo los ritmos de la música.
Durante un descanso ella le reveló que había nacido en Brasil en Río de Janeiro. A partir de ese encuentro se vieron todos los días de sus vacaciones.
Desde ese momento, se cartearon y tras un año de noviazgo, él le pidió casamiento. Se casaron en 1949.
Sabían que eran de caracteres muy similares. Pero se había enamorado de él y estaba dispuesta a casarse, para salir de la miseria” que había en su casa. Era ambiciosa y emprendedora.
Le costó mucho acostumbrarse a la vida del cuartel, en un universo tan cerrado y con sus reglas tan rígidas, era como vivir en otro planeta, en comparación con la vida dura, pero alegre de las favelas de Río. Ella se dio rápidamente cuenta de que aquel chico agradable y enamorado, se había convertido en un hombre autoritario y exigente, preocupado en complacer a sus superiores para conseguir un rápido ascenso. Pasado un año se quedó embarazada, poco antes de dar a luz, convenció a su marido para aceptar que mi abuela fuera a vivir con ellos. Era un piso grande con cuatro dormitorios y al menos dos baños (quiero recordar), era lo suficientemente grande para que no molestara a la pareja. Durante el embarazo, mi padre se mostró cariñoso, alegre y considerado. Su ilusión era tener un hijo varón, para que siguiera sus pasos de militar, pero Claudia nació en 1951; nunca quiso demostrar su decepción por no haberle dado un varón.
Después de dos años se quedó embarazada de nuevo, pero se malogpor causas imprecisas. Se rumoreaba que había mal trato por parte de mi padre. Ella nunca lo confirmó, la verdad es que discutían mucho.
Cuando su hija mayor tenía cinco años, nací yo -Alberto Roln da Silva, un trece de septiembre de 1956 en Maldonado.
En los años cincuenta en Uruguay, los militares gozaban de muchos privilegios.
Cuando yo nací, mi padre era Teniente de las Fuerzas Armadas de Uruguay. Para él era un hándicap el ascenso, por haber nacido en España, a pesar de tener la doble nacionalidad. Las promociones le llegaban más tarde que a sus colegas con el mismo grado, pero nativos del país.
Desde mi nacimiento se veía a JoLuís mucho más feliz. Había tenido un varón, quería mucho a su hija, pero se volcó siempre en mí.
De carácter fuerte e intolerante, se le caía la baba conmigo. Nunca me faltaba nada. Mi padre me mimaba mucho.
Mi madre contaba la ilusión con que acogió la noticia mi hermana. Tenía cinco años cuando se enteró que iba a tener un hermano. Se alegmucho, era como tener un muñeco con vida. Estaba cerca de mi madre a la hora de mi baño y a veces se le permitía cogerme en sus brazos, me daba de comer, me paseaba con el cochecito, era el centro de su interés y con mucho orgullo mostraba a sus amigas cómo sabía ocuparse de un bebé.
Poco a poco la alegría de Claudia empezó a truncarse al advertir que yo era el centro de atención de mis padres, especialmente de él, contento de tener un machote. Viéndome ya como el relevo en su carrera militar. La alegría se convirtió en celos y en peleas de niños. Siempre terminaba llorando y me refugiaba en el regazo de mi abuela.
Recuerdo muy vagamente la figura de mi abuela materna, Doña Marcela. Vivió con nosotros hasta que cumpdiez años, y me sentía protegido a su lado. Eso hacía que mis padres discutieran muchas veces.
Mientras vivíamos en Maldonado, mi madre tenía un pequeño negocio de importación de productos cosméticos. No tenía abierta ninguna tienda al público, pero sí, una buena cartera de clientes, compuesta principalmente por peluquerías y perfumerías, que visitaba regularmente para vender los productos que ella importaba de Brasil o Argentina y en ocasiones de Europa. Su negocio, le servía de pretexto para escaparse de la atmosfera opresiva del cuartel.
Un recinto cerrado con un patio interior muy grande. La ventana de mi habitación con vistas preferentes a donde los reclutas haan sus ejercicios. Yo miraba fascinado durante largas horas a esos chicos medio-desnudos con sus cuerpos empapados en sudor, que realzaba el contorno de sus músculos. Me sentía como hipnotizado, una atracción irresistible aceleraba el ritmo de mi corazón y me daba una sensación de vértigo, no entendía lo que me pasaba, pero intuitivamente sabía que no debía desvelar lo que sentía. Era un secreto entre mi cerebro y mi cuerpo, algo tan hermético que aún no era capaz de interpretar, pero que poco a poco iba a alterar mi vida.
Cuando niño todos me conocían por Beto, nombre que me puso mi hermana desde muy pequeño, al no poder pronunciar mi nombre completo Alberto.
Tenía pocos amigos, no me atraían sus juegos, no me gustaba el futbol, tampoco las peleas. Pero siempre estaba dispuesto a incorporarme en un grupo de niñas y jugar con muñecas o a lo que fuese. Por esa razón los otros niños se burlaban de mí, me decían que parecía una niña s. Cosa que a pesar de mi corta edad, no me ofendía.
En casa, tampoco era muy distinto.
Pegado a mi hermana que cansada de intentar apartarme de ella y sus amigas terminó por aceptar mi presencia. Las niñas poco a poco me consideraban como una s. Un día de lluvia estaba solo en casa de mis padres. Mi madre visitando a sus clientes. Claudia y sus amigas decidieron maquillarme usando las muestras de productos cosméticos de mi madre. Me pintaron los labios, los ojos y me pusieron un poco de colorete en las mejillas, las niñas se reían mucho y yo me veía muy guapo. De repente mi padre abrió la puerta y nos quedamos petrificados. Desde el espejo que había frente a mí, vi pasar la cara de mi padre del asombro a la decepción y disgusto, mientras sus ojos me fulminaban. Incapaz de pronunciar palabra alguna, dio la vuelta y bajó la escalera a toda prisa.
Cuando regremi madre antes de la cena hubo una discusión muy fuerte. Mi padre le gritaba diciéndole que ella no sabía educarme, que me mimaba demasiado y que a partir de este instante no quería verme más con niñas y que él iba a corregir la mala influencia de mi madre y mi abuela.
Mi padre decía que la abuela me malcriaba. Era partidario de que ella no viviera con nosotros, que se fuera, que ejercía malas influencias sobre mí. Pensaba que eran ella y sus mimos, los que me estaban perjudicando.
La tildaba de bruja. Tenía razón. En realidad cuando mi madre era casi una niña, mi abuela había abierto una consulta en su casa de Río de Janeiro, que atendía sólo por las tardes cuando volvía de limpiar escaleras, para ayudar a los demás.
Se decía que tenía poderes curativos con las manos, y sólo aceptaba la voluntad, nunca cobraba tarifa a cambio de su ayuda. Lo que recibía le ayudaba a sustentar a sus hijas.
Tenía colmadas todas las necesidades, pero mi padre, siempre fue muy duro conmigo. Quería darme una educación muy severa. Quería erradicar el amaneramiento que empezaba a despuntar en mí. A base de rectitud y disciplina.
A partir de esta época mi padre decidió vigilar personalmente mi educación. Recuerdo muy bien el miedo que sentía, con siete años, cuando a las cinco de la mañana, mi padre me levantaba. Me obligaba a ducharme con agua fría, incluso en invierno. Decía que ase curtían los hombres.
Como yo estaba despierto antes que llegara a mi habitación, me metía bajo las sabanas, a esa edad, pensaba que no me podría encontrar allí. Siempre me trataba como si fuera un militar.
Después, mi madre preparaba un pequeño desayuno, con leche templada y galletas. Me mandaba a la habitación a estudiar o repasar las tareas escolares hasta la hora de salir para el colegio. No entendía la razón de este cambio, s aún, cuando mis notas eran siempre buenas y mis profesores estaban contentos con mis resultados escolares. La única queja era que no me relacionaba con nadie y que parecía siempre triste.
Mi hermana también recibía el mismo trato, las mismas duchas matutinas. Después, tenía que arreglar su habitación todas las mañanas antes de ir a la escuela.
En el colegio, cuando salíamos al patio, en la hora del recreo, no jugaba con los compañeros de mi clase, pero me iba fijando en los chicos mayores. No sabía porqué me atraían, me sentía a gusto al lado de ellos. Cuando trataba de acercarme para jugar, no me aceptaban. Decían que era pequo.
Mi madre, con este sexto sentido que tienen las mujeres, se había dado cuenta de mi afeminamiento, pensó que era cosa de críos, que con los años se me pasaría. Todavía no tenía definida mi sexualidad.
Ella me seguía mimando como el primer día y me defendía delante de su marido, siempre abogaba delante de él, haciéndole ver que con la edad lo perdería. Que no ejerciera tanta presión sobre mí, que lo estaba pasando mal. Y realmente así era.
Nadie era capaz de comprender lo que me estaba pasando, ni siquiera yo.
La figura materna y la de mi abuela, me marcaron mucho. Mi abuela me amaba tanto que no se daba cuenta de nada, estaba contenta de tenerme a su lado s tiempo, mi madre me quería y confiaba en que pronto mis gustos cambiaran, no quería imaginarse lo que podría pasar con mi padre, si mis tendencias actuales se confirmaran. Aunque me apoyaba y seguía tratando de ocultar muchas cosas a los ojos de él.
Cuando todavía no había cumplido los once años, en 1967, nos trasladamos a la capital. Mi padre fue destinado a Montevideo, había ascendido a Comandante cuando ostentaba el poder en Uruguay Jorge Pacheco Areco, que asumió la Presidencia Constitucional tras la muerte de Óscar Diego Gestido en 1967.
En Montevideo, la relación con mi hermana había mejorado mucho. Empezábamos a tener una gran complicidad.
Ella y sus amigas del último año de la secundaria, soan salir juntas a dar paseos y me llevaban.
Yo me sentía a gusto con ellas. Íbamos juntos a todas partes, hasta el punto que cuando iban al baño, quería meterme con ellas.
Pero mi hermana me cogía del brazo y me decía. –Tú tienes que ir al de caballeros, mira, está enfrente.
Miraba al frente, y sin comprender muy bien porqué, me metía en ese.
A mis casi doce años, mi cuerpo en plena pubertad, todavía no estaba bien definido; con mis pantalones vaqueros, que me haan las caderas más anchas, y con mi pelo relativamente corto, parecía una chica.
Cuando nos acompañaba algún chico e íbamos al cine, yo iba de carabina, al principio me confundían y pensaban que era la hermana menor de Claudia.
¿Cómo se llama tu hermana? Ella tenía que aclarar, que era su hermano menor y me llamaba Alberto. –Pues muy guapo, parece una chica –cosa que a mí me halagaba.
Hasta que un año después, cuando Claudia tuvo diecisiete, y conoció a quien tres años s tarde sería su esposo. Dejó del levarme, porque prefería estar con su novio a solas.
A mis doce años, sabía que no era como los demás chicos, pero no podía expresar mis sentimientos a nadie, ni a mis seres s allegados. Aparte del sentimiento de culpa que tenía, el soportar todas sus vejaciones por, simplemente, ser diferente de ellos.
A escondidas, echaba el pestillo de mi habitación y me ponía ropa de mi hermana, me colocaba delante del espejo, para ver cómo me quedaba, y a pesar de la diferencia de edad, ya había dado un estirón y en altura éramos muy semejantes –era un impulso que no podía refrenar.
Para no aburrirme en casa, cuando estaba solo, me gustaba maquillarme con los productos que tenía mi madre en una habitación destinada a pequeño almacén. Lo hacía como había visto hacerlo a mi hermana y a mi propia madre. Me sorprend  varias veces ataviado con prendas de mi hermana, y mirando las revistas femeninas, soñando con fotos de mujeres vestidas con fina lencería.
Más adelante también se dio cuenta que mi curiosidad no era la de un chico acuciado por su pubertad. Una tarde, concentrado en estas revistas, no me había dado cuenta que mi madre estaba detrás de mí sillón mirando lo que haa.
¿Te gustan esas prendas? –Mucho, -contesté espontáneamente –Tiene que ser agradable sentir la dulzura de la seda sobre la piel. Tú y Claudia, tenéis mucha suerte de poder vestir con esa lencería, qpena que tengo que conformarme con mi ropa interior de algodón.
Mi madre me miró con tristeza y se marchó de la habitación. Nunca comentó esta conversación con mi padre, estaba siempre defendiéndome.
Desde que nos fuimos a vivir a la capital, a mi padre le asignaron un coche oficial por su nuevo ascenso. Y cada dos o tres años, cambiaba de ayudante, un cabo que hacia las funciones tanto de chófer, como de ayuda de cámara.
El segundo en ese cargo, se llamaba Jorge Lapetra. Era hijo de un viejo amigo de mi padre, el Coronel Lapetra, que hacía tres años había fallecido de un infarto con tan sólo cincuenta. Era unos siete años mayor que mi padre. Se habían conocido en Maldonado años atrás.
Durante su servicio en esa ciudad, el Coronel Lapetra se había enamorado de la secretaria del embajador de Suecia, que según mi padre era una verdadera belleza. Alta con un cuerpo de deportista, rubia como suele ser la gente escandinava, con grandes ojos azules color del cielo.
Después de seis meses de noviazgo se casaron y al año siguiente la mujer se quedó encinta. El parto fue complicado, el hospital no estaba bien equipado. Tras varias horas de esfuerzos, la madre murió al dar a luz al pequeño Jorge. El niño fue criado por sirvientes sin haber podido conocer el amor materno. Años después, se quedaba en mi casa, a esperar a que lo recogiera su padre, que nunca volvió a casarse. En esos primeros encuentros, jugábamos muchas veces juntos, me agradaba su compañía, pero no albergaba ningún sentimiento que no fuese mi amistad hacía él.
En Montevideo cuando lo volví a encontrar, era un hombre, deportista y musculoso, nada que ver con el niño triste que conocí en Maldonado.
Jorge era el vivo retrato de su madre, había heredado de ella, la tez clara y dorada, su cabellera color trigo, sus ojos que parean reflejar el cielo, y su andar casi felino, todo eso lo convertía en una especie de dios céltico, era como una imagen en negativo de la población local.
Su entrada al servicio de mi padre cambpor completo la atmósfera de la casa. Mi padre tenía una habitación que servía de despacho en la cual me estaba prohibida entrar debido a los documentos militares que en ella se guardaban. Jorge que sabía escribir a quina hacía también de secretario y pasaba mucho tiempo trabajando allí. Mi madre le consideraba como un miembro s de la familia, se reía mucho con él. Yo estaba completamente subyugado por su encanto, y para mi hermana pasaba desapercibido, ella estaba en su mundo y con su novio.
Se notaban sutiles cambios en el entorno cotidiano. Mi madre se arreglaba mejor, se maquillaba ligeramente, la comida era s elaborada, la repostería estaba presente casi todos los días, incluso mi padre de temperamento taciturno que hablaba muy poco y casi siempre ausente en las conversaciones, contaba historias y a veces chistes. Un soplo de aire fresco y ligero entró en nuestra casa.
Una gran amistad y mucha complicidad se instalaron entre nosotros.
Tenía privilegios, como no llevar su pelo rubio cortado a lo militar, mi padre se lo permitía un poco s largo. Entraba en casa desde el principio, a veces le tocaba esperar hasta que llegara el Comandante. Entonces mi madre, lo invitaba al salón y yo me iba a charlar con él.
Esta situación hizo que nos conociéramos mejor y por mi parte llegar a apreciarlo tanto, que posteriormente mis sentimientos se tradujeron en amor. Sin error a equivocarme creo que fue reproco.
Con Jorge tenía s afinidad que con el anterior ayudante, sabía que el ejército le apasionaba, siempre quiso seguir los pasos de su padre.
Nuestras conversaciones derrochaban complicidad. Cuando estábamos a solas, a veces me trataba como una chica y eso me gustaba. Se daba cuenta de mi conflicto interno y en otras ocasiones me trataba como un chico, y le notaba que se sentía triste o enfadado.
Yo podía por fin revelar mis secretos s íntimos, hablar de la dualidad de mi personalidad.
Jorge sabía escucharme con atención y simpaa, en varias ocasiones yo había notado que mi apariencia andrógina lo turbaba.
Después de la cena, Jorge volvía al dormitorio del cuartel con los demás reclutas, pero muy a menudo iba a la ciudad para encontrarse con una de sus numerosas conquistas. Los soldados estaban muy celosos de su figura, de su facilidad para ligar con las chicas s guapas, y principalmente de los privilegios que mi padre le concedía. Los rumores empezaron a circular. Para unos, era el amante de mi madre, otros pensaban que se acostaba con mi padre a cambio de su libertad. Nadie pensaba en mí, el único que se moría por llenar su corazón y su lecho.
Me acuerdo que un domingo por la tarde, Jorge me invitó al cine, tal fue mi decepción al ver en la entrada del local a una chica que lo esperaba. Se instaló entre su amiguita y yo. Poco después de empezar la película, con toda naturalidad él puso su brazo alrededor de sus hombros, y sus dos cabezas se juntaron; lágrimas de celos brotaron de mis ojos. Más adelante ya calmado, me di cuenta que su otra mano reposaba sobre su muslo derecho cerca del mío. Con el corazón a punto de estallar, y con una lentitud mezclada de impaciencia acerqué mi mano para dejarla sobre la suya. Jorge no la retiró, pasado el momento de sorpresa, cogmi mano y nuestros dedos se entrelazaron, se acariciaron, se inició un baile digital sensual casi etico. Mis uñas presionaron con violencia la palma de su mano para demostrarle la intensidad de mi pasión. No sé cuánto tiempo duró este juego voluptuoso. Nuestras manos se separaron al encenderse las luces de la sala. Levantándome noté que mis piernas temblaban, una sensación de vértigo invadía mi cuerpo.
Con un beso y unas palabras susurradas al oído de su amiga, Jorge se despidde ella. Durante el trayecto de vuelta al cuartel no intercambiamos ninguna palabra, cada uno ensimismado en nuestros pensamientos. Esa noche tardé mucho tiempo en conciliar el sueño, no sabía cómo interpretar el mutismo de Jorge.
Las semanas siguientes Jorge continuaba igual, de buen humor, amable con todos, ndome los buenos días y las buenas noches con un besito en la mejilla como de costumbre. El único malhumorado era yo, había perdido el apetito y pasé la mayoría del tiempo encerrado en mi habitación, perdido en mis meditaciones.
Un día que mi padre iba a pasar toda una jornada con altos cargos militares, mi madre le preguntó si podía utilizar a Jorge para hacer unos trabajitos en la casa.
¿Vas a poner de nuevo la casa pata arriba? dijo JoLuis.
–Quiero mover algunos muebles, dar un poco s de espacio al salón.
–De acuerdo, pero no me lo mates, que mañana tendrá que redactar muchos informes.
Ese día al regresar del colegio me costaba reconocer nuestra sala de estar, parecía en efecto s grande, s fresca, con menos bibelots inútiles.
¿Te gusta cariño? –me pregunmi madre.
–Si me gustan los cambios, se nota que habéis trabajado mucho.
–Sí, Jorge y yo hemos trabajado mucho. Tu merienda espreparada en la cocina, yo ahora tengo que visitar a unos clientes, volveré tarde. He dicho a Jorge que podía tomarse una ducha en tu cuarto de baño, el pobre ha sudado mucho.
Nada s escuchar cerrarse la puerta de la entrada subí a mi habitación. La puerta del baño estaba entreabierta. Sentí como un golpe en el estómago.
Frente a mí, chorreando de agua, Jorge cual una estatua de atleta griega de mi libro de historia que tantas veces me hacía soñar, estaba enjabonándose. Por primera vez vi su cuerpo desnudo. Me quedé inmóvil un buen rato, mis ojos no podían apartarse de su sexo. Lo que s me fascinaba era la corona de hilos de oro encima de su pene. Nunca había pensado que al ser rubio su vello púbico tenía que serlo también.
Con precipitación arranqmi ropa, y desnudo entré en el cuarto de baño. Jorge levantó la cara y después de un momento de asombro.
Tu madre me hizo trabajar como un burro, estaba empapado en sudor –concluyó Jorge.
Yo también he sudado mucho -contesté, al mismo tiempo que entraba en la bañera. Precipitándome sobre él, apremi cuerpo contra el suyo, con mis brazos alrededor de su cintura grité. –Te amo Jorge, quiero ser tuyo, quiero ser tu mujer.
Él me acarició la cabeza con mucha ternura. –Beto, mi querido Beto, temo que no puede ser, eres un chico, y lo que tengo en mi mano -dijo, cogiéndome el pene, no me parece un sexo de mujer.
Ese contacto inesperado me provocó un violento orgasmo, un grito ronco salde mi garganta al mismo tiempo que exploen su mano.
Me sentí avergonzado y confuso, las mejillas me ardían. –Perdóname ha sido sin querer, no he podido resistir, ha venido de golpe.
–No pasa nada, estás muy excitado, esas cosas pasan con los hombres y las mujeres también. dijo él. Levantó mi cara y depositó un beso sobre mis labios. –Creo que es tiempo de salir de la ducha, ¿no crees, Beto?
Una vez vestido Jorge se sentó sobre mi cama. –Siéntate a mi lado, quiero comentarte algunas cosas. Yo también te quiero, y tengo que confesarte que a menudo he sentido una atracción hacia ti, pero no soy homosexual.
Me siento completamente chica -grité. –Para mí hacer el amor contigo no sería un acto homosexual, te amo con todas mis fuerzas, quiero ser tuyo, no podvivir sin ti, estás en mi alma día y noche, te pertenezco completamente.
Con esas últimas palabras rompí a llorar, me ahogaba, tenía la boca abierta pero mis pulmones no se movían, estaba a punto de desvanecerme. Veía miedo en los ojos de Jorge. Una fuerte bofetada me hizo reaccionar y por fin una bocanada de aire llenó mi pecho.
–Que susto me has dado, túmbate en la cama, intenta recuperarte -dijo, cogiéndome la mano.
Estuvimos los dos callados un buen rato. Jorge acariciaba mi cara con ternura. Por fin con una tibia sonrisa. –Ya me siento mejor, estoy calmado.
–Entonces escúchame. Eres menor de edad, y si hay una denuncia contra mí, voy directamente a la cárcel por muchos años, y tú vas a pasarlo muy mal con tu padre que ades me ha acogido casi como un hijo. ¿Dónde iremos para encontramos?, no puedo llevarte a un hotel como lo hago con mis amigas, tampoco alquilar un estudio, la gente no tardaría en darse cuenta de nuestra relación, y sobre todo, no sé si puedo vivir con un chico, a mí me gustan las mujeres.
–Dentro de unos años semayor de edad, podamos vivir como novios, y después irnos a otro país, a Europa donde dos hombres pueden vivir como pareja.
–Que ingenuo e inocente eres mi Beto. Veo que el amor te da alas.
Sabía que él tenía razón, pero estaba loco de amor, tenía que llegar a un compromiso, pensé que no podría  vivir sin él, pero no quería hacerle chantaje sentimental. –Jorge, quiero que la primera persona que me posea seas tú, y después podrás pensar si mi amor y mi cuerpo pueden atarte a mí.
Te prometo pensarlo detenidamente. –contestó él.
Rodeé su cuello con mis brazos, y apoyando firmemente mi boca sobre la suya, lo obligué a separar sus labios, y lo besé con pasión.
De nuevo pasaron los días como si nada hubiera ocurrido. De día estaba como ausente, actuaba como un autómata, perdí el apetito, tenía los ojos enrojecidos, no podía dormir, el deseo me torturaba, visiones eticas encendían mi cuerpo, sudaba mucho, ni siquiera una ducha fría podía apagar este fuego. Mi madre estaba preocupada, intentaba saber lo que me pasaba, el porqué estaba siempre malhumorado y triste.
Un día después de la cena mi padre convocó a Jorge en su despacho, y se quedaron encerrados bastante tiempo, enseguida me puse en vilo, nunca mi padre hablaba de trabajo por las noches. Ansioso, esperé hasta el fin de semana.
El sábado Jorge me preguntó: –¿Quieres darte un paseo conmigo? Tu padre me presta su coche, podríamos ir a playa Carrasco, coge tu bañador, comeremos en un chiringuito.
Como un rayo subí a mi habitación para cambiarme, llené mi bolsa de deportes con una toalla y un neceser con una loción solar.
Bajé a toda prisa, besé a mi madre que me miró con asombro y alivio de verme por fin alegre. Jorge estaba esperando al volante con el motor en marcha.
–Que feliz me siento por pasar este día contigo. ¿Cómo has hecho para convencer a mi padre para prestarte el coche?
–En realidad es idea suya, hemos hablado mucho de ti la otra noche, y hoy tenemos que charlar muy en serio.
Una angustia se apoderó de mí y empecé a temblar. Presentí lo peor para nosotros.
–No te pongas tan nervioso, no voy a anunciarte ninguna catástrofe -dijo, acariciándome la nuca.
Una vez tumbado sobre la toalla, apartado de la gente, supliqué que me hablara. –Primero, tienes que saber que tu padre te quiere mucho, sé que a ti no te lo parece porque se comporta de una manera muy severa, y que no deja mostrarte sus sentimientos, pero ha sido educado así, es un militar, para él, los sentimientos tienen que estar ocultos, tampoco es muy diferente con tu madre y tu hermana. En el fondo es un buen hombre, piensa cómo me ha acogido en tu familia a la muerte de mi padre.
–Veo que te has dejado embaucar por él.
–No lo conoces Beto, es verdad que en el cuartel es muy severo, la disciplina es lo primero, pero cuando hay que poner alguna sanción, siempre intenta ser justo y lo medita mucho, actúa igual conmigo, pero yo aprendí a manejarlo.
Tengo que jugar al soldadito para complacerlo, cuadrarme cuando entre en la casa –dije, con tono sarcástico.
–El nacimiento de tu hermana Claudia fue una pequeña decepción para él, pero esperaba que su segundo hijo fuese un varón. Al nacer tú se sintió muy feliz y orgulloso, él te veía como la tercera generación de militares en la familia. Pero a medida que creas, y especialmente a partir de los cinco o seis años, tu padre se daba cuenta que los juegos de niños note interesaban, pasabas más tiempo con las niñas, te gustaban las muñecas, vestirlas, peinarlas, y notó que no te relacionabas con los chicos. Tu padre discutía mucho con tu madre, él estaba seguro de que vivir entre ellas, tu abuela y tu hermana, es decir, en un entorno de hembras, era la causa de tu falta de actitud varonil. Poco a poco las discusiones se converan en peleas, pensaba que tu abuela te mimaba demasiado, se enfadaba con Claudia porque te permitía quedarte con sus amigas. Con el paso de los años, tu comportamiento ha sido cada vez s ambiguo, y ahora piensa que eres homosexual.
Las lágrimas me saltaron de los ojos. Tan joven y vivir con este peso. Nadie quería entender lo que me pasaba, todo el mundo me veía como un pervertido, era injusto, la naturaleza se había equivocado de cuerpo, esta cosa que me colgaba entre las piernas, no me pertenecía, no la quería, a veces pensaba en amputarme todos mis atributos sexuales y a punto estuve en una ocasión de hacerlo. Una vez leí un artículo sobre los transexuales, y estaba decidido que algún día me operaria, para convertirme en una verdadera mujer, pero yo sabía que ese día estaba todavía lejos, tendría que soportar muchas vejaciones, frustraciones, y dar muchos disgustos a mis padres.
De momento vivía mi primer amor. Jorge se había convertido en mi príncipe azul, quería conquistarlo a toda costa, aunque él no estaba todavía seguro, me juré, que él sería la primera persona que iba a poseerme.
¿Qué le vas a decir a mi padre? –pregunté con una voz débil.
–De momento tenemos que ganar tiempo, diré que he hablado contigo, que te encuentras al principio de tu pubertad, que de momento no sientes ningún deseo sexual, que eres un chico muy sensible, que tu personalidad no está completamente definida y que es mejor no presionarte, que tienes un buen corazón. Todo parece un poco hueco, lo sé, pero poco a poco él tiene que darse cuenta que no vas a seguirlo en la carrera militar. Creo que tienes que hablar con tu madre, ella te ha sorprendido varias veces maquillado y vestido con ropa de tu hermana, sin haberlo comentado a tu padre, ella sabdefenderte es tu mejor aliada. Háblale con sinceridad, con tu corazón, secomo una conversación entre dos mujeres.
Había una chispa de ironía en los ojos de Jorge, y los dos estallamos a reír.
Con Jorge tenía tanta confianza y le veía que quería ayudarme, que una tarde me propuso que tuviera una relación sexual con una chica. Yo no estaba muy interesado en el tema, pero tenía que probar, quería salir de dudas.
Jorge  me preparó un encuentro en una casa de esas donde se paga por hacer el amor con una mujer. –¿Esto también forma parte de la conversación que has mantenido con mi padre? –le dije.
Comentó que no, que era iniciativa propia. Que alguna vez tendría que intentarlo y ahora a mis, casi quince años, que si estaba tan seguro de los sentimientos hacía él, era un buen momento.
Entramos, yo estaba muy nervioso, Jorge me animaba a que eligiera la chica que quisiera; él se encargaba de todo, me invitaba. Miré a alrededor y vi a una joven de no s de veinticinco años, delgada y rubia.
La señalé, para que Jorge supiera a quien había elegido. Él me dijo que me acercara; me negaba, Jorge cogmi mano y me arrastró –literalmente hacía la chica. Ésta me pidió que la siguiera, y yo tímido obedecí.
Ya en la habitación, me negaba a desnudarme. Ella pensaba en que era la primera vez y en mi timidez. Se acercó, quiso desabrocharme la camisa después de haber conseguido que me quitase la chaqueta.
–No tengas miedo, no es la primera vez que he estado con un novato. -dijo la joven.
No podía decir que no por atención a Jorge. Pero era s fuerte que yo, lo estaba pasando francamente mal, hubo un momento que no sabía si echarme a correr o a llorar, y al final le dije que no era el momento.
Sade la habitación, miré alrededor buscando a Jorge y al no verlo, busqué la puerta y salí.
Ya en la calle, esperé unos cinco minutos, y al ver que no salía me fui a casa. Desde ese momento, perdí todo interés sexual por las mujeres.

Raúl había dedicado más de tres horas a leer el episodio. Le gustaba releer los párrafos, para analizar las frases.
Leyendo estas pocas páginas se daba cuenta de que no había gozado de una infancia fácil. Y que el sufrimiento interno que había tenido que callar, ante la sociedad y lo más penoso, ante los suyos, le tenía que haber dejado marcada de por vida.
No pensó que se iba a enganchar tan rápidamente con la narración. Se fue a su despacho y encendió el ordenador. Abrió un nuevo documento en el Word y plasmó allí sus ideas. No era partidario de escribir sobre los originales ni libros. Guardó el documento con el nombre de “Biografía de Beti.
Raúl se dispuso a escribir algunas notas sobre lo que había ldo.
No conoció al padre de Beti, pero le resultaba bastante útil esta descripción, para empezar a desarrollar el carácter intolerante de la figura paterna con su nuevo retoño.
Si en la actualidad viviese, debería tener ochenta y cuatro años. Si contemplase ahora a Beti, seguro que le daba un ataque.
A la madre de Beti, su prima Robertina la conocía por haber convivido en Río de Janeiro. Podía hacer su propia interpretación así como de lo que le había contado su padre, cuando vivían en Buenos Aires.
Robertina murió de cáncer en el año 2002.
Se dio cuenta de la importancia que tuvo su hermana Claudia en sus primeros años, Raúl, la había visto tan sólo en dos o tres ocasiones en reuniones familiares, no podría explicar por qué, pero no le había caído bien. En esas reuniones no haan coincidido los dos hermanos. En esta ocasión se tenía que fiar de los sentimientos de Beti y no de los suyos para desarrollar la relación entre ellos.
Era evidente que a su abuela Marcela, la había conocido muy poco. Sólo la describía por lo que había escuchado de los demás. Él tendría que enriquecerlo a través de sus conocimientos, siempre que la narración de Beti le diera la oportunidad.
De Jorge, se podía percibir que estaba temeroso con esos encuentros, un joven de apenas veinte años, era consciente de que su relación era con un menor, sabía de las consecuencias que le podría acarrear, y la amistad que unía a las familias, esa era la razón, por las que no pasó  de las caricias y besos, por eso, durante ese primer año Beto no se había entregado a él.
Le ayudaba para que conociera otras alternativas, y lo llevó a que alternara con mujeres.
No quiso hacer ninguna reseña más, esperaría a los siguientes episodios, para plasmar su opinión, aunque parecía que Jorge era el único que lo comprendía.


            Gracias por llegar hasta aquí, espero que te haya gustado, si te apetece sigue viendo mi blog.

No hay comentarios: